Preparo una escapada de una noche con tiempo suficiente para adjudicar a los niños a algún conocido, utilizando como excusa cualquier celebración especial, porque será difícil de entender que tengo una imperiosa necesidad de tener una tórrida relación sexual… con mi marido. Primero hay que mentalizarlos, pues no están acostumbrados a dormir fuera de casa. – Es estrictamente necesario que salgamos, hijos… son temas de “trabajo”, que le vamos a hacer, nosotros también os echaremos de menos.
Después dedico un tiempo, que no tengo, a ultimar detalles que harán de la velada algo especial. Lo disfruto, lo vivo, lo deseo y me excito imaginando la situación.
Y no se por qué…, pero no ha sido la primera vez ni presiento que la última, que al bebé le da fiebre la noche de antes, lo que convierte el castillo de emociones que he creado todos estos días en ese anula-persona que es el instinto maternal y, que a pesar de la experiencia adquirida con los años, no te deja pensar en otra cosa que no sean esas décimas de fiebre, como si fuesen las primeras que padece el niño y, muy a mi minúsculo pesar comparado con el de su padre, nos quedamos a dos velas una vez más, sin volcánico sexo, sin devolución de reserva de un prometedor fin de semana y con la libido hecha trizas.
Más no hay que decaer, estoy dispuesta a conseguir mi propósito, será en casa, si al fin y al cabo cuando los niños duermen lo hacen de una vez, –¡no despiertan en toda la noche!– dije convencida hace unos días, pero como esos pequeños seres disponen de un radar para detectar los momentos en que sus papás programan alguna acción sexual, el cuatro añitos se levantó cuando me había invadido el éxtasis y no me dejó oír sus pasos. De improviso lo tuve ante mis ojos preguntando, –¿que hacéis, mami? ¿porque gritas?– y de un salto quise borrar la postura tratando de componer lo que no tiene arreglo. E improvisando una respuesta convincente, se me ocurrió, –Era un sueño, una pesadilla, suerte que papá y tú me habéis despertado, vuelve a la cama.
Y aunque volvió a su cama sin replicar, con el sobresalto perdí la concentración, y lo que estaba a punto de conseguir a corto plazo tornó a necesitar de nuevo un tiempo de regeneración, que difícilmente papá podría completar después de interrumpir en varias ocasiones la eyaculación para solidificar el sentimiento de compenetración que nos provoca tener orgasmos simultáneos, y lo que pudo ser una excelente experiencia a sumar en nuestro curriculum matrimonial, continua convertido en un reto pendiente de culminar.
Antes de ser padres cualquier lugar de la casa era apto para hacer sexo, ahora no sólo hay que calibrar el sitio, sino también el tiempo.
Antes resultaba irresistiblemente atractiva la idea de hacer sexo en lugares prohibidos corriendo el riesgo de ser descubierto, y ahora sentimos temor a que nos descubran.
Antes no nos importaba que el vecino pudiera oírnos, ahora controlamos cualquier gemido que pueda despertarlos.
Sin duda los niños actúan como un atentado contra toda relación sexual satisfactoria; sin embargo los queremos y los convertimos en seres antepuestos a todo, incluido tu mismo.
Y si el sexo genera sexo y cuanto más lo usas mas lo deseas, ¿cómo hacerlo para no perder el hábito hasta dejar de necesitarlo?

La verdad que mira es complicado practicar el sexo cuando hay niños por medio, pero con un poco esfuerzo e ingenio las cosas son más fáciles. Acabo de descubrir tu blog gracias al concurso. Me he entretenido bastante leyendo tus post. Ya tienes un nuevo seguidor. Un saludo.
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