Parecía que todo iba bien entre nosotros, estábamos cómodos
con la situación y no echábamos de menos más roces de los que teníamos. ¿O sólo
era yo?
Un fugaz beso en
la mejilla y un luego hablamos, al salir de casa como cada mañana para ir al
trabajo, no me hizo presagiar la ruptura. Fue a su vuelta, por su inquietud,
porque sus ojos esquivaban los míos y porque estuvo más atento a las niñas que
de costumbre tratando, ahora lo sé, de evitar lo inevitable; Cuando reparó mi conciencia en que lo que iba a oír no me
iba a gustar: “Debemos separarnos por un tiempo”. Oh! por un tiempo dijo, no
tuvo valor para hacer su deseo indefinido. Mi sangre se heló al momento como bañada
por un chorro de nitrógeno puro. Ni siquiera se me ocurrió preguntarle por qué.
Tal vez mi pesar me decía a gritos, aunque yo aún no era capaz de oírlo, el
motivo que causó el final de nuestro compromiso.
Recuperar el deseo
tras una separación.
Fin de semana libre. Uno cada quince días. Éste las niñas
están con papá.
Renuevo vestuario. Mis nuevas y separadas amigas así lo
aconsejan. Me emperejilan en un embutido tejano de motivos leopardo, un
vertiginoso escote y unos tacones con los que he olvidado andar. Con sólo
mirarme me veo las intenciones. Me siento ridícula. Aunque no sé cómo he de
vestirme tras tantos años sin ejercer de soltera, soy consciente que 18 no
tengo, pero cedo a desafiar el clásico estilo que adquirí con los años de
matrimonio.
Amarga ironía dejar escapar el sexo en compañía para ahora,
sola, echarlo de menos.
Salimos 7 en total, todas separadas, como siguiendo una
terapia, hacia a una discoteca de salsa que frecuentan muchos “nuevos solteros”.
Más separados, pienso. En cuestión de segundos todo se convierte en una ardua
experiencia, ya que me siento como una gacela en plena selva rodeada de leones,
tragando vergüenza ajena al acceder en tropel a la pista de baile, rozando la
incredulidad de encontrarme en semejante situación de conquista, como viví hace
unos cuantos años atrás (más de los que quiero reconocer).
En contradicción, esa mala experiencia me invita a recurrir,
en la intimidad de mi solitario hogar, otra vez al refugio que ofrece mi
socorrido vibrador
sin pilas, sólo que esta vez no cumple su función porque me recuerda demasiado a
él. Maldita la hora en que quise compartirlo en nuestros perversos encuentros
antes de ser padres.
Cuando nació la pequeña Marta olvidé el sexo. Tenía sueño, estaba
cansada y en mi mente, saturada de biberones, pañales sucios y olor a leche
agria, no cabían esas prácticas. Vi entonces como crecía la distancia entre
nosotros y traté de hablarlo, pero el estrés laboral y otras pequeñas cosas no
enfrentadas me hacían posponer la conversación buscando el momento adecuado.
Aun así pensé que él lo entendería, que algún día, sin darnos cuenta, todo
habría vuelto a la normalidad recuperando nuestra intimidad perdida. Pero no
fue así.
Y ahora me veo rodeada, sólo que esta vez los leones no
quieren comer, solo follar, porque las separadas son fáciles de follar sin
compromisos, he oído decirle a un hermoso rubio, muy alto y delgado. Pues sí.
Hubiera querido follarte de no ser por lo que he oído, gilipollas. Pero ni
siquiera he tenido energía para decírselo a la cara.
¿A quién culpo por el desorden en que ha quedado mi vida al
romperse lo que tenía? Si es que hay algún culpable. ¿Lo fui yo, por consentir
al instinto maternal hacerme olvidar la pasión que alimentaba nuestro amor? ¿Lo
fué acaso él, por no emperrarse en que mantuviéramos la conversación que podía
haber evitado el desastre?
Han pasado veinte meses desde entonces hasta volver a
sentirme cómoda vestida con mi body de red. Éste es
nuevo. Ahora sí me siento libre, libre de elegir cómo o con quién jugar; a
veces a solas y muchas otras en compañía, comparto en todo momento mi nuevo
vibrador que además se carga solito mientras duermo para estar preparado cuando
lo necesito. Porque ahora, casi rozando los 50, cobro conciencia de lo
increíblemente corta que es la vida y si la dejas pasar se va, como muchos
amores, en un suspiro.