Tanto escribir sobre cómo mejorar las relaciones sexuales me
hizo creer que había superado todas mis limitaciones, y durante un tiempo me he
sentido plena y satisfecha con mi vida sexual. Pero un poco me equivocaba.
Me he dado cuenta que aún conservo una característica innata que
tenemos la gran mayoría de las mujeres; la perversa rivalidad entre nosotras.
Un amigo no lucha contra otro para tirarse a una chica que
acaba de conocer, es más, si ella quiere, la comparten. Nosotras, mujeres rivales hasta la muerte, competimos
hasta el extremo de tirarnos de los pelos si es preciso, dejando sin querer
campo libre a una tercera que nos levanta la presa.
Ese porte de hostilidad, ese combate silencioso, es el
motivo por el que esta semana siento abstraído el deseo. ¿Y por qué de vez en
cuando aparece un motivo apático para las relaciones sexuales? Es ese momento
aterrador donde vuela mi mente hacia la lavadora para interrumpir mi orgasmo,
la limpieza de la casa o lo que el vecino pueda oír... ¡Que se joda! El, la
lavadora y la nociva rivalidad.
Paso por mala fase y si mi pareja pretende excitarme con un potente vibrador… ¡vaya!,
hoy ese vibrador está frio. Frio y duro… y vibra demasiado.
¿Lencería?...
Tampoco es el día. Estoy ridícula
dejando entrever los “michelines” en ese irrisorio traje
de policía. Aunque insista no voy a lograr meterme en el papel.
Tal vez los látigos y las fustas
consolarían mi malestar pero no aseguro no rebelarme ante ellos porque mi humor
se ha vuelto mordaz.
Quizás mi amante debiera saber que la barrera que frena sus
caricias y aumenta mi desgana hoy, se solventaría si no se cruza (jamás) en la
portería con la exuberante vecina del tercero y sus tetas (que ya quisiera yo
para mí). Además tiene una blanca sonrisa de dientes perfectos que enciende
toda mi antipatía, sumada a una insolente aversión hacia su culo perfecto.
Pero… ahora que recuerdo, tal vez mi desasosiego se ha visto
agravado por el hecho de que esta semana he visitado a mi suegra. No he visto
mujer más rival que ella. Es competitiva hasta por el amor de su hijo, como si
yo quisiera arrebatárselo de un tajo. ¡¡Si el querer que me tiene su hijo a mí
no es precisamente el limpio querer que se tiene hacia una madre!!
¿Es la rivalidad una forma difusa de sentir envidia hacia
los atributos de las demás que no poseo?
¿Por qué las amantes creamos una competencia abierta por el
macho entre nosotras, ajenas a la
insensatez por juzgar a la mujer rival
y no ver que la infidelidad se volverá a tortas en contra nuestra, por ser él
quien la provoca?
¿Por qué en un tapersex, a pesar de las risitas y la falsa
complicidad entre todas, no quieren comprar el mismo juguete
que tú para que nadie dude de que su sexo es especial y no vulgar como el de
las demás?
Conclusión: (confieso que no ha salido de mí. Lo he leído). La competencia es sana en la medida en que nos ayuda a autoafirmarnos y a ser distintas. Pero ojo: no debe tener el propósito de derrotar a una contrincante sino de obtener satisfacción a través de nuestros propios logros, tomando si es necesario ejemplo de las cosas que ellas tienen y nos gustaría poseer para satisfacer nuestros anhelos personales.
¿Y si cambio mi actitud y me vuelvo sumisa aliándome (en pensamiento) a mis iguales, me crecerán unas tetas como las de mi vecina?
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